Alexis Pérez-Luna estaba destinado a consagrase al arte de la fotografía, así lo demuestra su incorporación temprana, en 1967, al grupo Cobalto, cuando apenas contaba dieciocho años. Nació en Caracas el 3 de diciembre de 1949 y para el momento de su afiliación al grupo, estudiaba Economía en la Universidad Central de Venezuela. Para entonces, ya trabajaba como reportero gráfico para El Papel Literario de El Nacional. En 1971, Pérez-Luna viaja a los Estados Unidos de Norteamérica y estudia en la School of Visual Arts of New York, y al regresar a Caracas ingresa como profesor de fotografía del legendario Instituto Neumann de Diseño Gráfico, fundado por uno de los mecenas más diáfanos de la cultura venezolana, el industrial Hans Neumann, todo un ejemplo de lo que un empresario puede hacer por el arte en su país de adopción.
Centenares de diseñadores gráficos fueron discípulos del profesor Pérez-Luna, quien a la par que enseñaba, avanzaba con su trabajo creador. Será en Nueva York donde nuestro fotógrafo entre en contacto con una pieza clave de su obra: la importancia de la fotografía como documento articulador del cambio social. En otras palabras: la realidad política, económica y social no le es ajena al artista. Por lo contrario, es consustancial al magma de su trabajo. Será dentro de este espíritu, que no desdeña la radical significación estética de la obra, donde Pérez-Luna desarrolle su trabajo. Una labor que abarca ya 50 años en nuestro medio, con decenas de exposiciones individuales y colectivas, así como muchas veces premiada en los salones, bienales y demás oportunidades en que sus pares han reconocido sus aportes. La lista de reconocimientos en su hoja de vida no deja lugar a dudas de que su obra ha sido celebrada por sus contemporáneos.
En 1982, regresa a estudiar a Nueva York, esta vez en el International Center of Photography of New York. Si bien Manhattan ha sido la ciudad donde nuestro fotógrafo ha acudido a actualizar sus conocimientos sobre el arte de la fotografía, no ha sido el único lugar distinto a Caracas donde ha vivido. Por lo contrario, ha experimentado muchas mudanzas. Sus padres eran inmigrantes. Antonio Pérez-Luna emigró a Francia con motivo de la Guerra Civil Española y Natasha Kaloujsky hizo lo mismo desde la Unión Soviética, y ambos casados se vinieron a Venezuela. Luego, en 1953 se ven en la necesidad de exiliarse (otra vez) en México. Regresan y viven en Villa de Cura, en Calabozo, y luego se van a Córdoba (Argentina), para regresar a Villa de Cura. Será en 1963 cuando el adolescente Alexis se establezca en Caracas, con sus padres. Como vemos, la infancia y adolescencia de los Pérez Luna fue trashumante, lo que evidentemente influye notablemente en el ojo del fotógrafo.
No es la primera vez que a nuestro fotógrafo lo seducen los letreros que hallamos los transeúntes a nuestro paso por el país y el mundo. Por lo contrario, ha sido una constante de su trabajo estar ojo avizor a estos punctum que humanizan el paisaje. ¿No guarda esto relación con sus mudanzas infantiles y adolescentes? Un hombre estático no ve otros letreros que los de la calle donde vive, un hombre que viaja ve tantos letreros que la escogencia es ya una decisión esencial a tomar. Y luego viene otra criba: la de escoger la fotografía que queda después de varios enfoques, varios puntos de vista. Detrás de una foto escogida por Pérez-Luna debe haber 10, 15 o 20 dejadas de lado.
Los letreros que llaman la atención su atención no son los luminosos a la vera de las autopistas, ni las vallas publicitarias de gran tamaño. En verdad, ninguno que sea modernamente elaborado. Le interesan los letreros escritos a mano, desde la humildad de la estrechez, de la carencia. Letreros ingenuos que anuncian desde una pared lastimada por la intemperie, sobre una ventana al borde de la pobreza. A veces, los letreros que movilizan a nuestro fotógrafo perpetran errores ortográficos sobre muros escarapelados. En su mayoría, son letreros del mundo rural venezolano que, por cierto, no sólo está vivo en los pueblos del interior del país, sino que también late en las grandes ciudades, en aquellos recodos urbanos donde la modernidad no ha llegado con su influjo.
Es evidente que a Pérez-Luna le interesa el margen, lo que anuncia algo fuera de los parámetros de lo moderno. Son letreros desde la precariedad. Y es precisamente en este ámbito de lo marginal donde el fotógrafo haya belleza. Los encuadres son perfectos. La nitidez de la imagen también. Aquello que Roland Barthes llama el punctum preside las piezas de nuestro fotógrafo. En todas las obras se busca que el letrero sea el punctum, que sea el imán de la imagen, bien sea un muro en un callejón de un barrio, unas palabras pintadas en la pared en ángulo de una esquina, el letrero ya borroso de un cementerio, un electroauto e, incluso, el extraño anuncio que ofrece a la venta carne de caballo. La serie que nos ofrece no excluye el grafitti, pero tampoco se coloca el énfasis en esta forma de expresión urbana.
La presencia del hombre en esta serie fotográfica de Pérez-Luna es tácita: los seres humanos que pintaron los letreros no se ven en la imagen fotográfica, pero su quehacer está allí, su impronta está en las palabras, en lo que dicen, en lo que anuncian. En este sentido, la presencia del hombre en esta serie puede intuirse, puede ser imaginada, pero en ningún caso se hace explícita. Este latido humano es paradójico y poderoso: no hay presencia del Ser, pero el Ser se manifiesta en el verbo que lo identifica. ¿Puede hablarse de imágenes solitarias? Sí y no. La huella del hombre fue dejada allí, y el fotógrafo la persigue, la recoge. Por otra parte, la pulsión que articula el trabajo de nuestro fotógrafo es afín a la del coleccionista: se busca algo precioso. En la pesquisa se calibran muchos ejemplares y, finalmente, se opta por uno. También, el coleccionista es análogo al cazador: van buscando ejemplares preciosos de diversas especies. La diferencia, claro; ni el coleccionista ni el fotógrafo paralizan con la muerte. Por lo contrario, buscan preservar la vida, eternizarla. Este fervor del que busca se hace sistemático gracias al trabajo, a la voluntad, y esto ocurre con la obra de Pérez-Luna: es hija de una obsesión temática y de un trabajo tesonero. El resultado salta a la vista, como un letrero íngrimo en un recodo polvoriento de una carretera.
Por último, ¿no es evidente la fuerza poética de las imágenes de nuestro fotógrafo? ¿De dónde emana su elán poético? Son varios factores los que se combinan para el resultado: la maestría en el encuadre y la composición del ámbito de la imagen, sin duda. También, la presencia ausente del hombre en la fotografía. Esto es poderoso. Es poético en la medida en que es oblicuo. Su inmanencia es portentosa e invita a la imaginación: no podemos ver al autor del letrero, lo intuimos, lo pensamos, lo creamos nosotros desde un codo de nuestra psique, de allí que la imagen sea una invitación a la participación. La fotografía nos propone completar la imagen con alguien que no está. Son imágenes-poemas y la música, la pone el que observa, a su gusto y conveniencia.