En ese azar que no desampara la palabra, me entero que un poema mío esta en un calendario. Voy a Lectura, lo veo, entre desconcierto y asombro. Luego fue tenerlo y conversar con Alexis Perez-Luna, fotógrafo de reconocida trayectoria y de premios, el más reciente obtenido en el Salón Michelena. En un café de Chacaito, contemplé el calendario de 1988 titulado “Seres que se Piensan”, lo hojeé entre los comentarios y anécdotas que, de cada fotografía, me hacia Perez-Luna. Y, después, a solas, lo observaría de nuevo con la lentitud de la contemplación.
Fiel a la estética del blanco y negro, las imágenes construían un itinerario de la mujer cuya belleza esta en la lucha cotidiana, en el roce continuo con la aspereza de una vida que nada le concede, pues lo que logra es a fuerza de arrebatos y luchas.
Trabajo dedicado a la mujer, a la mujer corriente, cotidiana, que lleva el peso de los trabajos y el dolor, se construye en la intersección de cuatro ámbitos de lo femenino. En la parte superior esta la foto y el poema seleccionado, siempre de mujeres, en la inferior, entre la cuadricula de los días están las fases lunares y el día correspondiente a alguna mujer importante en los distintos campos de la vida. De esta forma, se construye una visión mito poética de lo femenino en el acto creador, hecho que se hace mas evidente y amenazante cuando irrumpe en el objeto utilitario.
Cada hoja y cada mes que pase será también un instante eterno que quedará en el recuerdo y hoyará en lo sensible ya que queda lo conmovedor de la fotografía: la alegría, la tristeza y el desamparo.
Es la mirada retadora de la negra que mira desde Nirgua y se crece con los versos anónimos de “Yo estoy mirando entre mis años duros/ amargos de odio, puros de alegría/ desfallecidos de belleza aguda…” y es la solitaria mujer en la gallera tan cerca de los versos de Juana de Ibarbourou: “Ahora que de veras me estoy volviendo triste”. Pero está también la celebración, la risa que rompe contra toda adversidad, toda miseria y se hace en los versos de Ana Enriqueta Teran: “Risa y silencio en el vital delirio/ risa y silencio por secretas vueltas/ donde me hago de nuevo y me presencio”. Y, sobre todo esta la soledad, sola o acompañada, pero soledad de mujer, ineludible o presente en cualquier tiempo, como la de esa niña indígena de espalda entre las ollas, que transmite una desolación que golpea en su total hermosura al igual que la de aquella imagen que detuvo la digna derrota de la anciana melancólica de Barbacoas.