La poesía susurra y en ocasiones se esconde para no ser sorprendida, a veces se oculta para evitar la luz y así guardar los secretos íntimos que envuelven sus palabras. Esas palabras caídas y encontradas en su mundo cotidiano del que habla Ana Osuna en uno de sus textos:
«Al poco rato de irse los amigos entré en la salita donde habíamos tenido una reunión alborotada y me la encontré llena de palabras. Palabras por el suelo, en las paredes, en los cojines (…). Me dispuse a adecentar todo aquello un poco (…) ―y les ofrece ubicarlas en donde estén cómodas, hallar buen lugar para ellas―. Mañana con tranquilidad, ya vería la manera de colocarlas en una buena casa».
La palabra poética habla en voz baja y quiere ser escuchada en una atmósfera serena y reflexiva. Exige su tiempo y su espacio. Algunas autoras resguardan su palabra atesorada tanto como sus emociones y evitan compartirla más allá de la intimidad de las amistades cercanas. Fue en esa atmósfera privada donde descubrimos el verbo poético de Ana Osuna, andaluza e hija del poeta José María Osuna, quizás una de las primeras fuentes que la vinculó afectivamente con la literatura. Fue en este clima cercano en el que se inició el encuentro entre las imágenes de Pérez-Luna y la poesía de Ana Osuna, ambos abiertos a compartir lo esencial, la humanidad creadora que somos. Leer sus textos ha sido un hallazgo que nos ha permitido conocer otras facetas de su personalidad. La proximidad entre la fotografía de Pérez-Luna y los poemas de Ana Osuna ha dado origen a una reinterpretación de sus trabajos que hace posible la edición de Cantares de ida y vuelta, un libro íntimo y autobiográfico que se fue tejiendo desde la distancia geográfica y las similitudes estéticas.
En esta publicación presentamos una selección del trabajo de Ana Osuna, todo él inédito, junto con una selección de fotos de Alexis Pérez-Luna, algunas de las cuales también son inéditas. Ha sido un diálogo entre los dos autores y entre sus obras. Podría decirse que en esta experiencia ambos se han redescubierto desde sus creaciones, revelando nuevas posibilidades de expresión ante el reto que se propusieron: un juego de mirarse desde la mirada del otro, desde las interpretaciones diversas que en una y otro generan imágenes y palabras.
Cada nueva foto que Alex le mandaba a Ana era el detonante de nuevas ideas, y él esperaba cada mañana comenzar el día con los textos que ella le hacía llegar por esa ventana representada por la pantalla de la computadora. Trabajo arduo y lúdico, placentero y angustiante. Así es el acto creativo muchas veces. Se han leído durante meses y se siguen leyendo. Las estrategias de creación fueron distintas: unas veces Alex buscaba una imagen que se relacionaba con un escrito de Ana que le conmovía y otras veces Ana escribió para ilustrar imágenes seleccionadas entre las fotos que Alex le ofrecía. Los temas fueron surgiendo libremente, y al tenerlos juntos, pudimos observar la narrativa autobiográfica de los autores. La selección final fue una difícil tarea que concluyó con lo que se presenta en esta publicación.
Cantes de ida y vuelta hace referencia a un palo del flamenco que fue influenciado por la música latinoamericana durante esos intercambios de ida y vuelta; fruto de ellos son, entre otros, las colombianas, las guajiras, la rumba, la milonga, los tangos, tanguillos, vidalitas y otros. Esta expresión de la música flamenca tiene que ver con la cultura que comparten los autores, con la experiencia de sus vidas, y precisamente por ello eligen un título que sintetiza estos viajes de intercambios nutritivos y resulta en esta edición en la que dos voces se expresan usando, una la palabra y el otro la imagen, para construir juntos un discurso que nos permite transitar con ellos distintos momentos de sus vidas.
Como me gusta contar cuentos, intentaré contarles un poco de esta historia que comenzó como comienza todo, en un día cualquiera, de cualquier año, sentados en un pequeño bar de Sevilla, desde donde veíamos pasar a las gentes en su ir y venir de los días ordinarios. En esa tarde en la que Alex dijo: «Mañana nos vamos para Cazalla de la Sierra». ¡Y para allá nos fuimos!
Cazalla de la Sierra nos recibe con sus callejuelas laberínticas, bordeadas por casas encaladas, blancos deslumbrantes y la fuerza de un paisaje que atrapó al poeta José María Osuna como bien lo dijo Ana en uno de sus textos:
Mi padre me lo decía:
Mucho cuidado hija,
pon mucho empeño,
que este pueblo serrano
te liaría…
Y así lo hizo,
este pueblo serrano,
¡fue y me lió!
Ay, madre mía,
siempre que piso sus calles
¡me quedaría!
La inmensidad de la sierra, de sus gentes y de sus historias es un escenario propicio para despertar el duende de la poesía, ese duende del que Lorca nos habló y que despierta y anima el acto creativo. El duende de la creación, de la estética con la que se expresan las emociones y sentimientos profundos y universales. Lorca afirmó: «Los grandes artistas del sur de España, gitanos o flamencos, ya canten, ya bailen, ya toquen, saben que no es posible ninguna emoción sin la llegada del duende». La literatura está llena de poetas que cantan estas regiones.
La memoria es como un hondo océano que esconde infinitos secretos; hacia esas profundidades ignotas nos encaminábamos para intentar, absurda osadía, asomarnos a las memorias y recuerdos de Ana a partir de las voces de quienes la conocen desde niña y de los paisajes que la vieron crecer. Es así como nos damos cuenta una vez más ―y de eso se trata la literatura y el arte en definitiva― de que el mirar las memorias de otro ser nos coloca en realidad ante un espejo en el cual comienzan a reflejarse nuestros propios recuerdos y emociones. Logramos vernos desde la mirada del otro. La otredad nos devuelve a nuestra esencia, nos permite mirarnos y sentirnos.
La tarde anterior resolvimos escaparnos para conocer la tierra que vio nacer a Ana. Quisimos seguir sus pasos, sus recuerdos, lo que aún guarda el pueblo que rememora en sus poemas y coplillas. Interpelar a la memoria, como lo hace el poeta José María Osuna:
(…) y la memoria.
Una pregunta
me llega de las nubes todavía.
Pero nadie la sabe.
Nadie sabe nada, aquí, a mi lado.
Al igual que el poeta, enfrentamos la desmemoria y atentos, sorprendidos, escuchamos los susurros que emanan de esa población llena de matices que delinean pasado y presente. Alex, de alguna manera, también buscaba en esas tierras las imágenes de sus propias raíces. Presentíamos que el aire de esas sierras traería hacia nosotros rumores que podríamos interpretar. La sierra, ¡cuántas historias se esconden en esta geografía! ¡Cuántos secretos y olvidos que no llegaremos a descubrir!
Esa tarde, antes del viaje a Cazalla de la Sierra, llegamos un poco tarde a la cita con Ana. Nos extraviamos entre las calles desconocidas de Sevilla, un poco descubriéndolas; Alex fotografiaba, yo también intentaba atrapar imágenes y sensaciones con mis ojos danzarines y mi mente atenta. El calor de Sevilla, su sol, jugaba con nosotros y tal vez sonreía ante nuestra confusión: «¡Ya pasamos por esta calle!», «¡nos perdimos de nuevo!». Pero al fin llegamos. El piloto automático de Alex nunca falla y somos capaces de hacer de eso toda una aventura. Perdernos y encontrar el rumbo puede convertirse en un juego que disfrutamos. La vida está llena de eso, de perdernos y encontrarnos, de construir nuevos caminos y destinos.
La noche anterior le había estado leyendo unos poemas de Ana que le impresionaron y conmovieron. Íbamos hacía ella con sus palabras y metáforas en la piel. Ella estaba sentada adentro en el bar, enmarcada en los grandes ventanales, veía sin mirar hacia afuera, nos esperaba serenamente, absorta en sus pensamientos, parecía un personaje de una historia de ficción, siempre elegante, con los colores fuertes y vivaces que hablan de la pasión y la intensidad con la cual vive su vida. Una vida llena de corajes y valentías. Es una mujer luchadora y una fortaleza interna guía sus pasos. La alegría que emana de su fuerza la ayuda a espantar los más feroces fantasmas.
Me gusta mirarla y escucharla, leer su poesía, detenerme en sus reflexiones. Mirar cómo se planta ante los demonios y los ahuyenta con sus armas de guerrera incansable. Nos unen recuerdos de un lindo tiempo y muchas afinidades. Ella y Él, los autores de este trabajo, forman parte de mi historia personal. Imposible la objetividad al hablar sobre ella. Impensable no ser subjetiva al hablar sobre Alex. Los admiro y disfruto que formen parte de mi vida. Aceptar que nuestras apreciaciones son subjetivas es honesto, simplemente es una realidad. Es por eso por lo que constituye un reto difícil presentar este libro, así que opto por contarles la historia que vio nacer este proyecto y decido relatarles mis impresiones sobre los días en los que nació la idea de esta publicación de fotografía y poesía.
Para ello vuelvo a la tarde en el tradicional bar Plata. Esa tarde, como muchas otras, conversamos con la emoción con la que se narra la vida. Nos escuchamos, compartimos la tristeza, el dolor, las alegrías, todo lo que llena la vida de todos los días. La vida, que viene con todo. Esa existencia que nos golpea unas veces y nos abraza otras. Esas emociones contundentes presentes en las propuestas del fotógrafo y la poeta. Sentimos coincidencias estéticas en sus trabajos, afinidades. Conversamos sobre las historias de los padres de ambos, sus hazañas, sus atrevimientos, su gran sentido humanitario. El devenir cultural de nuestras tierras, lejanas y cercanas. De pronto, nace un nuevo proyecto: construir juntos un libro con poesía de Ana y fotos de Alex. Unir la fuerza presente en cada discurso. El primer paso estaba dado y se entusiasmaron con esa posibilidad que quedaba abierta.
A partir de esa tarde, fotos y textos viajarían de ida y vuelta por la red como lo hizo la cultura entre América y España. El diálogo entre imágenes y palabras viajaría para armar un volumen que dejara constancia de estos encuentros y afinidades. Yo sentía que algo de la historia paterna podría descubrirse entre sombras y luces, entre versos y palabras. Es así, porque las vidas de nuestros padres nos marcan, son nuestros orígenes, esos seres que nos llenaron con su hacer cotidiano. En el caso de estos autores, la historia paterna ha estado presente en sus conversaciones y se percibe la gran admiración que les une a sus recuerdos.
Así pues, con este sueño aún en penumbras, partimos a Cazalla de la Sierra. La carretera y las sierras, su verdor, nos animaba. Las letras de Federico García Lorca llegaban desde lejos. La complicidad de ese duende lorquiano parecía acompañarnos en la travesía.
María Luisa y Cristina nos recibieron sin saber nada de nuestros planes. Los amigos de Ana nos acogieron con amabilidad fraterna. Cristina nos acompañó a recorrer calles, plazas, jardines, callejuelas, posadas, la farmacia, las tiendas, hablamos con todas las personas y todas contaban sus anécdotas, las escenas que rescataban de la memoria. Ana nos escoltaba con unas palabras:
¡Cuántos recuerdos, por Dios!
Me han venido todos de repente,
será por eso que tengo la mente encasquillada.
Voy a echar a la basura unos cuantos,
para que no se me atore la memoria
(algunas veces tose y no me gusta nada).
Al parecer tengo la cabeza
abarrotada…
Lo haré antes de olvidarme…
No fue fácil irnos de Cazalla aquella tarde. Volvimos a Sevilla enamorados de aquel pueblo que yo había visitado con Ana hace tanto tiempo que ya no recuerdo cuándo. El pueblo nos narraba sus leyendas mientras lo caminábamos y me parecía escuchar a Ana en nuestros tiempos de juventud contando y contando anécdotas de esas regiones. Alex hacía fotos y fotos, también atrapado por lo que nos mostraba Cazalla. Y yo lo veía hacer, crear, mostrarme el pueblo y los distintos paisajes desde su mirada. Estaba en trance, descubriendo cada rincón con su cámara. Mirando más allá de lo que miraba, eso lo afirmo y luego lo constato en las imágenes que nos brinda.
Admiro el trabajo de Alex y como supondrán los lectores, tampoco puedo ser objetiva al hablar de su obra. ¿Por qué intentarlo, si la subjetividad es la que nos mueve? El placer por el disfrute del arte es tan subjetivo como el placer del amor. Esta es la razón por la cual opté por presentar este libro desde esa subjetividad, narrando los días en que lo soñamos. Es un libro que ha sido realizado amorosamente desde el encuentro de dos creadores que se unen para contar varios relatos a la vez.
Esta edición es un trabajo autobiográfico donde cada uno de los artistas cuenta aspectos esenciales de su vida. Ana nos permite recorrer su niñez, juventud y vida adulta. Nos conduce por sus alegrías y tristezas. Nos cuenta de la vida y la muerte, la juventud y la vejez. Del amor y del odio. La impotencia ante las injusticias está presente en esta poesía que no teme mostrar la diversidad de las emociones que nos movilizan en la existencia. La poeta andaluza nos invita a recorrer las calles de su pueblo desde la musicalidad de las coplillas alegres y también nos enseña los rincones de los dolores más fuertes que sacudieron su vida en esos tiempos de niñez y juventud.
En la selección de las fotografías también podemos apreciar un tránsito por diversas etapas del fotógrafo y las temáticas que lo han inspirado en diferentes tiempos y espacios. Viajero incansable como sus padres, construye con imágenes el mapa de sus andanzas. Su madre le regaló la primera cámara y ya nunca más la soltó. Decidió contar con imágenes lo que quisiera decirle al mundo. Así lo ha hecho, usando las publicaciones, la página web y las exposiciones para comunicarse a través de su propuesta fotográfica. La presencia de la poesía y la literatura han acompañado su formación, primero desde su madre, gran lectora, y luego escuchando a los poetas en las tertulias de Sabana Grande durante aquel tiempo caraqueño en el que los escritores se reunían en los cafés para tertuliar y llenaban con sus reflexiones una ciudad que se pensaba, se criticaba y buscaba brillar desde la palabra de sus pensadores, creadores e investigadores sociales.
La presencia de Antonio Pérez-Luna y José María Osuna se percibe desde las primeras páginas del libro. En la primera foto las canoas nos hablan de viajes y recorridos, y la dedicatoria es explícita en este sentido: «A quienes se fueron y volvieron». Ese viaje de ausencias, de partidas, de dejar mundos y adoptar otros. La melancolía de quienes dejan sus tierras, su cultura, sus afectos. La valentía de quienes se rehacen en diversos y nuevos territorios. Recuerdos, un poema de José María Osuna, abre la publicación. Es un homenaje al escritor, al padre, al ser humano admirado y querido. Los autores expresan en esta recopilación un reconocimiento a sus padres, quienes han llenado su vida de historias y de preguntas. El concierto entre poesía e imágenes permite corroborar esa complicidad que siempre ha existido entre estas dos formas de expresión. La poesía es imagen y metáfora, y las imágenes son poesía visual, ambas expresiones que detonan emociones. De palabras e imágenes están bordados los sueños y el pensamiento. Son estéticas que se unen cómodamente y nos entregan un tiempo, escenas, emociones, paisajes que custodian nuestra vigilia, nuestros insomnios, los momentos con nosotros mismos.
Pero un proyecto de estas dimensiones necesita más complicidades. Por ello, con nuestro sueño bien abrazado cerca del pecho, nos reunimos con Marisa Mena, Ginett Alarcón, Zilah Rojas y Alynor Díaz, excelentes profesionales en el mundo del libro, quienes desde el primer momento creyeron en esta posibilidad, nos animaron a seguirla y con su experiencia han hecho posible la edición que hoy presentamos.