En esta ciudad donde todo lo inesperado encuentra su lugar natural, seis exposiciones de Alexis Pérez Luna coinciden en el tiempo. En la planta baja de la Biblioteca de la Universidad Simón Bolívar, se encuentra la que entre todas es quizá la más significativa, que el público podrá disfrutar hasta el 30 de enero. Los espacios de la Librería La Francia, en el sótano del Centro Comercial Chacaíto albergan otros trabajos hasta el 25 de octubre. Seguidamente cuatro restaurantes se colman de imágenes: Tambo (El Rosal, hasta el 25 de octubre), Pensión Ana (Los Caobos, hasta el 29 de noviembre), El Chupe (Las Mercedes) y Samui (Los Palos Grandes), ambas a disposición del visitante casual y el espectador intencional hasta el 26 de este mes.
Exponer en espacios comerciales es, para Pérez Luna, mucho más que una oportunidad de innovación o de acceso a una forma no tradicional de mostrar su obra: la presencia en un espacio inesperado para la fotografía es una posición defendida y argumentada. Según afirma, el museo o la galería predisponen al espectador a realizar la lectura de una “obra de arte”, y con ella asirse a un cúmulo de conductas y reacciones, reverentes o irreverentes pero en todo caso, adquiridas. La fotografía artística dentro de un ámbito en el que nada se espera más allá de un consumo, se despoja de todas las predisposiciones y prejuicios, para someterse de manera más pura y más desnuda, al asalto de la mirada ajena.
Cuarenta años cuanta la trayectoria de Alexis Pérez Luna, que comenzó a hacerse corpórea en los primeros tiempos del Papel Literario: “En esa época los fotógrafos de medios eran, en su mayoría, mensajeros de imágenes, a los que se pedía ir a tomar una foto y literalmente iban y tomaban una foto sin involucrarse de manera alguna con el personaje, el suceso o el contexto. El Papel Literario pedía una lectura visual de la literatura. Hacer retratos de escritores debía ser más que cumplir con el registro de un rostro. Desde entonces he sabido que hacer retrato es retratar el mundo de la persona. Que debe bastar con percibir ese mundo para decir quién lo habita”.
A esa inspiración, o a la intuición que lo llevó desde temprana edad a aquellas conclusiones se irían sumando episodios que convertirían la afirmación en una verdadera forma de mirar. Cuenta Alexis Pérez Luna que por los años setenta, “cuando daba pena ser amigo de un poeta”, muchos de ellos se reunían los sábados en un sauna que quedaba en El Bosque. “Allí estaban todos, junto a políticos, militares y hombres de negocios, contándose sus desventuras, sus soledades, sus temores, sus intentos, en medio del vapor que no dejaba ver los rostros. Yo me sentaba allí en esa nube de confesiones sin caras, en la que sólo existían las voces”, a aprender de la invisibilidad.
Luego llegaron los tiempos del compromiso concreto y de las causas. Formado en el ICP de Nueva York, la escuela de Robert Capa, imposible hubiera sido andar los caminos de un país sin registrar sus dolores. Los parques infantiles y sus violaciones, las colonias psiquiátricas de la provincia, la Venezuela azotada por la desnutrición que nadie quiso mirar y los graffittis escritos en los muros por quines se sabían despojados de su voz, fueron algunos de los temas en los que Alexis Pérez Luna se albergó, con la esperanza de inaugurar en Venezuela una experiencia similar a la de Lewis Hine, quien logró en Estados Unidos a través de la fotografía de denuncia, cambios trascendentales en la legislación social a principios del siglo XX.
Las seis exposiciones que hoy puede disfrutar el público caraqueño, si bien no pueden considerarse en conjunto una retrospectiva, pues no han sido estructuradas por un criterio de curaduría constituyen, sí, estaciones de las cuales parten las encrucijadas que lo han llevado de una pregunta a otra en el viaje hacia la imagen. La muestra que se exhibe en la Pensión Ana es la única que reúne trabajos en color, de los cuales el artista habla como si se tratara de un accidente amoroso: “El color es para mí un fleurt rápido en el que recupero la intensidad, para seguir buscando el color con los ojos en blanco y negro”. Esos paisajes de tacto cromático evidencian la huella que la pintura de Adrián Pujol ha dejado en Alexis Pérez Luna, una huella concientemente identificada, entre muchos otros alimentos del espíritu que de manera furtiva terminan en el organismo, formando parte de un cuerpo de donde luego claman por salir.
“Pero no todas las imágenes provienen de experiencias visuales. En mi fotografía está muy presente la influencia del flamenco como expresión de abandono, de sufrimiento y de muerte, una muerte vinculada a la fotografía tal como la entendió Roland Barthes en su Cámara Lúcida: como instante donde se congela a la vez el fin y el inicio. Ese punto exacto donde fotografía y muerte se igualan”.
La palabra ha sido, como la música, otro de esos puertos a los que siempre llega y de los que parte en busca de una expresión visual: “Álvaro Mutis me enseñó a mirar como un viajero. En mi trabajo sobre el tema de los barcos hay esos personajes mágicos de Mutis, sus ríos imposibles, sus horizontes y su sentido de la libertad”. La poesía no es solamente una necesidad del fotógrafo, o una búsqueda disciplinada para entender el mundo. Ella ha venido a poblar los espacios silenciosos de sus imágenes, a través de las voces de Hanni Ossott, Jesús Rosas Marcano, María Antonieta Flores, Josune Dorronsoro y Alberto Hernández, entre otros poetas que han intervenido esos instantes donde ocurre la sobreposición de vida y muerte, intratable para todos a excepción de los poetas.
Su próximo trabajo, “De Memorias y Olvidos”, congrega imágenes del abandono. Sitios que alguna vez fueron emblemáticos y tuvieron un lugar protagónico en Venezuela, y que la continua aparición de las pasiones nuevas relegó al olvido. “Es parte del trabajo responsable, del documentalista que no he dejado de ser. Soy un recopilador de recuerdos porque el recuerdo, a fin de cuentas, es lo único que queda después del abandono”.