La orilla es siempre soledad, a menos que pronunciemos el nombre del río. Una canoa bambolea la mitad de su cuerpo mientras la desolación la aleja de la mirada. Orilla y agua se pelean la vigencia de la curiara, la eternidad de una chalupa, la fuerza lenta de los navíos que durante siglos han surcado la peligrosidad o el silencio de un espejo sembrado de animales o paisajes que se pegan a la piel.
Alexis Perez-Luna ha viajado con su cámara en el seno de estas naves hechas a mano por el ingenio campesino. Ha revelado la elegancia y la lentitud de sus travesías. Ha medido con sabia decisión los pasos de quienes flotan sobre la corriente en pleno llano. Igual si la pértiga se hunde hasta encontrar el barro en el fondo para el empuje.
El ojo de Alexis Perez-Luna radicaliza la imagen, la somete a los movimientos que el agua acomete contra la madera, las orillas hinchadas de bestias acuáticas.
Pero también reflexiona sobre el silencio de esas pequeñas naves destinadas a llevar mensajes ligeros, voces apagadas mientras la inmensidad de los ríos crece en la mirada de los viajeros.
Orillados, campantes sobre el agua, chalupas, yolas, caiques y otros navíos desahogan los deseos de no dejar de mirar los distintos paisajes, reconocidos por quienes pronuncian la corriente.