Ella regresa de su laberinto, se sienta frente a los espejos y encuentra parte de sí misma en los reflejos que estos emanan. Se mira largamente. Intenta comprender huídas y retornos, procura escuchar las voces de su yo más profundo.
Ella mira los retratos de otras mujeres, las figuras artifíciales que las representan, las niñas que seguirán sus caminos. Al oír sus cuentos observa cómo se siente anclada a todas ellas.
Ella se sabe nosotras. Similares, diversas, antagónicas, habitantes, quizás, de distintos territorios y culturas; sin embargo, hijas de una historia común.
Enredadas, atrapadas, libres, intrépidas, batallando siempre, creando, son hacedoras de su tiempo.
Espejos y reflejos, muñecas y maniquíes, velos y desvelos, muecas y sonrisas. Discursos extraviados en las redes de creencias y manipulaciones que se gritan en vallas publicitarias y propagandas de jabón y licor. Es un intento cruel, de siglos, por hacer que nos perdamos de quienes somos. Propósito avasallador por deshacer nuestra historia con leyendas de reinados y artificios de aparadores de tienda. Espejismo absurdo que nos envuelve y condiciona.
Ventanas y vidrieras, sueños y realidades. Ella, yo, nosotras, enmarcadas, sitiadas, como las fotos que observo en esta pared, como sus personajes, como los relatos que narran estas imágenes.
Las mujeres y niñas de estas fotos me miran, cuentan hechos conocidos, son seres cercanos, cotidianos. Seres que se piensan y se reconstruyen a cada instante.
Ellas, yo, nosotras, siempre las mismas. Recorro con serenidad esta sala, impregnada con la fuerza de las fotografías. Continúo el diálogo con cada una de las narraciones que nos muestra el fotógrafo. Evoco sueños, confidencias, poemas, episodios. Me detengo absorta en las miradas, en los actos de cada una de las retratadas.
Atenta frente a cada foto, miro largamente e intento escuchar las voces de mi yo más profundo. Las voces de miles acuden a mí.
A lo lejos, ella emerge entre las sombras.